100 años de la Monumental. Un siglo de pasión (I)

100 años de la Monumental. Un siglo de pasión fue la conferencia audiovisual que se pronunció en el II Acto del IV Congreso de la Unión de Taurinos y Aficionados de Catalunya (UTYAC). Este es el primer fragmento de una historia, contada por Paco Píriz y Gerard Mas, donde las estadísticas no cuentan:

 

Puede que así sonaran los primeros compases de la banda de música cuando aquel 27 de febrero se abría el portón de cuadrillas. Lo que sí sonaba, con seguridad, era el murmullo, ese run run de tarde importante. Tanto, como que Barcelona inauguraba la primera de las monumentales que ideó aquel genio del toreo, aquel auténtico revolucionario de Gelves. José Gómez “Gallito” veía otro sueño cumplido: la Monumental catalana reflejaba la obsesión del sevillano por edificar cosos de gran capacidad, donde cupieran todos los aficionados, de todas las clases. Era la fiesta por antonomasia de un país que vivía con pasión la llamada Edad de Oro del Toreo.



Madrid, Sevilla y Barcelona fueron las ciudades elegidas para crear los tres monumentos taurinos. Aquí, ya existían dos plazas más. El Torín de la Barceloneta ya había sido rebasado por la espectacular plaza de Las Arenas, inaugurada en 1900 y que, tan solo 16 años después de abrir sus puertas, se encontraba con una edificación nueva capaz de juntar unas 10.000 personas más en sus tendidos.

Tampoco hay que olvidar, que dos años antes, en el mismo terreno que hoy ocupa la Monumental, fue inaugurada la plaza del Sport, que recibía su nombre a causa de que los impulsores de esta plaza, Luis del Castillo, Rafael Alba y Abelardo Guarner componian la Sociedad Anónima El Sport. Esta obra arquitectónica de Manuel Joaquim Raspall tenía capacidad para 11.172 espectadores, fue inaugurada el 12 de abril de 1914. Vicente Pastor, Manuel Mejías Bienvenida, Curro Martín Vázquez y Serafín Vigiola del Torco “Torquito” inauguraban aquella plaza de corta vida, ante una corrida de ocho toros del hierro de Veragua. Esa corta vida fue debida a una mala gestión de sus empresarios, a un lamentable estado de sus instalaciones que llevó, tras no abrir sus puertas en 1915, a que su propietario Pedro Milà rescindiera el contrato con la empresa explotadora. Fue el primer paso para comenzar la construcción de esa que hoy conocemos como nuestra plaza, obra de los arquitectos Ignasi Mas Morell y Domènech Sugrañes Gras. Milà, a propuesta del empresario de Madrid Juan Echevarría y con el planteamiento compartido con el ya mencionado Gallito, ponían en pie lo imponente que, tras cien años, sigue iluminando la Gran Vía y la calle de la Marina.

Barcelona acogía en aquel tiempo una controvertida situación. El conflicto social se acentuaba durante los primeros meses de aquel 1916. Nada iba a empedir que a las tres y media, Gallito, Posada y Saleri II cruzaran la arena de una Monumental que comenzaba a escribir sus páginas en la historia de la tauromaquia y de la propia ciudad

Las huelgas y los incidentes con la autoridad policial se sucedieron durante esos días de invierno de 1916. No debía ser el mejor escenario para el evento previsto. Nada, eso sí, iba a empedir que a las tres y media, Gallito, Posada y Saleri II, bajo aquellos presumibles acordes del pasodoble, cruzaran la arena de una Monumental abarrotada, brillante, que comenzaba a escribir sus páginas en la historia de la tauromaquia y de la propia ciudad. La fiesta de los toros, no cabe duda, formaba parte de una sociedad catalana. Una manifestación cultural arraigada. Una manera de sentir, de vivir también el toreo a pesar de las circunstancias antes descritas.

¿Qué llevó a Joselito El Gallo a elegir, junto a Madrid y Sevilla, Barcelona para edificar una plaza como esta? ¿Masoquismo? ¿Reto? ¿Que podría haber detrás de la decisión?

Situados ya en el tiempo, no se llevarán estos 100 años de la Monumental, un siglo de pasión, por los caminos de un recorrido estadístico. No. Demasiado frío. Demasiado inmerecido. ¿Qué llevó a Joselito El Gallo a elegir, junto a Madrid y Sevilla, Barcelona para edificar una plaza como esta? Si el número de aficionados sale por sí solo, vuelve a ser distante pensar que fuera el único motivo. Si avanzáramos y nos situáramos en nuestros días, también creer que el sevillano nos eligió por una utilizada, peyorativa y despectiva benevolencia nos llevaría a error. Hasta aquel 27 de febrero, la afición de la capital era conocida por su severidad, su exigencia, su rigor. No era una plaza “fácil” como ahora decimos. ¿Entonces? ¿Masoquismo? ¿Reto? ¿Que podría haber detrás de la decisión? Quedan pocas opciones y, sin temor a error, podemos asegurar que en el ADN de la historia taurina de nuestra afición está la clave, el fondo de la admiración de los toreros de todos los tiempos: la pasión por la tauromaquia, por el toro, por los toreros, por sus toreros. Pasión, entrega y justicia. Así debió ser siempre el denominador común de las distintas generaciones que han ido poblando los tendidos, traspasando, casi sin palabras, lo que las propias palabras no eran capaces de transmitir.

La primera década de esta historia la vivió la Monumental en el afianzamiento de, al menos, primera plaza de la ciudad. Con el Torín cerrado desde 1923 y Las Arenas relegada a un segundo plano, suponen que los carteles de mayor atractivo se programen en la Monumental. Hasta la muerte de Gallito, este, junto a Belmonte, fueron, como era lo normal, toreros que atraían al público, acompañados en ocasiones del hermano mayor de los Gallo, Rafael, o de cualquier otra figura de la época.

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