Ángel Lería: “En el toreo hay muchos que te hablan con el corazón, otros con el estómago y muy pocos con la cabeza”

El ciclo de conferencias de la Casa de Madrid en Barcelona llegó a su fin el pasado viernes. La segunda parte del mencionado serial ha sido posiblemente una de las más interesantes de los últimos años.

En sustitución del cineasta Agustín Díaz Yanes, operado recientemente de la cadera, dio una novedosa conferencia el matador de toros retirado y abogado Ángel Lería. Bajo el título “Sensaciones de una tarde de toros”, el torero nos transportó a la década de los 90 para conocer las emociones, miedos, incertezas, alegrías y esperanzas que sentía al torear en Barcelona.

Para un torero como él, con pocos contratos y pocos tentaderos, sus compromisos en Barcelona eran claves en su temporada. Toda la ilusión estaba puesto en ese día. Era su casa y estaba frente a su gente. El poco contacto con el toro tenía que ser suplido por una condición física y mental óptima. Lería confesó que a pesar la ilusión por torear, “verse anunciado en un cartel es jodido”. Se cambia el deseo por presión y responsabilidad.

Llegados al viernes previo, él y su cuadrilla iban a ver los toros en los corrales de la Monumental. Algunos de sus compañeros, recuerda, apuntaban números, se fijaban en las hechuras y el trapío. Él en cambio, les daba un vistazo rápido para tener una idea general de la corrida. “Todos la veían bonita. Yo la veía grande”, apostilló el matador respecto a los toros a lidiar.

Llegados al sábado, la mente puesta en el día siguiente no le dejaba dormir con facilidad. Pasaba la noche y nos situábamos en el día de la corrida. Paseo matutino por la montaña y dirección al hotel. Allí se encontraban con los banderilleros. “Volvían del sorteo y siempre me había tocado el mejor lote”. Unas 5 o 6 horas antes tenían que comer. “Nunca esperas que pase nada, pero hay que estar preparado por si tienes que ir a la enfermería. La digestión tiene que ser rápida”. El matador y su cuadrilla solían comer algo ligero como una ensalada y un bistec, “luego venían los picadores y se comían una paella”, se quejó el torero.

Después intentaba hacer la siesta, con la dificultad que supone saber que en un rato le iban a levantar para empezar a vestirle. A dos horas antes de la corrida, se empezaban a vestir. Seguía los mismos pasos cada tarde. La mesa la tenía llena de estampitas de vírgenes. Una vez listo, ponían rumbo a la la Monumental. Barcelona era una plaza cómoda para los toreros, puesto que podían acceder con la furgoneta prácticamente hasta la capilla. Ahí entraba él, más para relajarse del follón de la gente que para rezar. Aunque él no se considere muy creyente, considera que “saber que te vas a jugar la vida te ayuda a ser religioso”.

Ya con el toro en el ruedo, Lería habló de varias situaciones muy distintas. Al cuajar un toro y ver la gente aplaudir al rematar las tandas, la satisfacción y orgullo le embriagaban; al tener que aguantar a un toro mirón se le aparecían las dudas; y en otros casos hubiese preferido agarrarse al tren de aterrizaje de una avión que sobrevolaba la Monumental. Por otro lado, explicó que cuando se está delante de la cara del toro, los trastos de torear parece que pesen tres veces más y en sentido contrario dijo que a pesar de toda la incomodidad del traje de luces no se nota cuando estás toreando.

Otra vez en el hotel, tocaba ser sincero con uno mismo. “En el toreo hay muchos que te hablan con el corazón (amigos y familia), otros con el estómago (cuadrilla) y muy pocos lo hacen con la cabeza”, opinó Lería. Y terminó adjuntando que “lo peor viene después de la corrida. Es muy duro, pero hay que mirarse al espejo de la realidad y saber que no vas a llegar a ser figura”.

Saliéndose un poco del título de la conferencia, también quiso opinar sobre lo que representa para él el toreo. Lería explicó que “el toreo es dominio y para ello es importantísimo la colocación y el cite”. Criticó también la visión de que el toro tiene que ser colaborador: “el toro no es un compañero ni un amigo, quizá digo esto porqué toreé poco y no tuve tiempo de hacerme amigo de ninguno”, bromeó el catalán. Por último, desde la visión de aficionado, defendió el espectáculo completo al decir que “todo el que sale en una plaza tiene que ser un artista, no un trabajador. Ahora los banderilleros ponen una banderilla, los picadores pican mal y fuerte y dicen que esto va a favor de su matador, pero en realidad va en contra del espectáculo y perdemos todos”.

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