Seis mansos, seis, para empezar

Sábado, 11 de julio de 2015. Plaza de toros de Céret. Lleno. Seis toros de Dolores Aguirre, bien y aunque desigualmente presentados, mansos, descastados y complicados.

Fernando Robleño, de verde oliva y oro (saludos y silencio), Alberto Aguilar, de blanco y plata (saludos tras aviso y silencio tras dos avisos) y Alberto Lamelas, de blanco y plata (leve petición y vuelta tras aviso y silencio tras aviso).

Saludó montera en mano Joselito Rus tras parear al quinto, en el que destacó la lidia de Rafael González. El festejo comenzó con retraso por la manifestación ilegal antitaurina a la entrada de la localidad que impedía el acceso a los toreros.

Céret abrió su feria con una mala corrida. La de Dolores Aguirre fue mansa, del primero al sexto, del primer al último tercio. Huyeron de los montados, todos lo hicieron, imposibilitando el lucimiento en la suerte de vara aunque todos se llevaron un mínimo de tres puyazos, saliendo de naja en casi todos. Fue mala, además de por mansa, por descastada, por vacía, por complicada, por utilizar su fuerza (que la tuvo) para huir y poner precio a las pocas embestidas que ofrecieron. Ni siquiera se le puede aplicar ese filtro del encaste Atanasio, de fríos, mansotes y abantos de salida para luego… Que no. Una moruchada. Mal comienzo. Además, tampoco fue una corrida pareja en sus tipos, con presencia sí, por supuesto y todos, pero con toros de muy diferentes hechuras. Solo coincidieron en la ya comentada lejanía con el toro bravo.

Abrió plaza Fernando Robleño, uno de los fetiches de la afición ceretana. Sorteó el lote más parejo, con mejores hechuras y también los dos de más peso. El primero, como el resto, manseó en el caballo, llegando a la muleta muy quedado ya, con embestidas desiguales, peores aún por el pitón izquierdo. Robleño poco resultado pudo obtener, más allá de un buen oficio para no pasar grandes apuros con el animal, al que mató de buena estocada. Quizás, puede que el más manso fuera el cuarto, de 620 kilos, que huyó desde su salida. El tercio de varas fue un carrusel, con el piquero detrás del de Aguirre, que no encontró querencias, sino solo huidas. La faena de muleta fue un puro trámite, con el toro muy parado y orientado. No había para más. Menos de media y descabello.

Alberto Aguilar se encontró con el segundo de la tarde, un toro alto, bien armado y con cuello para embestir. Y lo hizo complicado y desigual en la muleta del madrileño, que no volvió la cara, que no se cansó de estar delante hasta conseguir robarle un par de tandas por el derecho y una por el izquierdo, de buen trazo y remate. Lo que entendemos por lucimiento artístico, de ese del mentón en el pecho y gusto, de ese hubo poco. De superación, de raza y de ganarle la acción para sentirse a salvo, de esto mucho. Fueron los pasajes más conseguidos de la tarde. Y solo la tardanza en caer del toro tras una estocada contraria y un descabello, dejó a Aguilar sin más premio que la ovación. El quinto ni humilló de salida ni pensaba en hacerlo en, al menos, veinte minutos. Rajado y huidizo, moviéndose a oleadas y con clara querencia marcada hacia toriles, muy poco permitió al diestro. Y ese poco aún le permitió robarle un par de tandas inconexas en el largo metraje de la faena. Lo liquidó de media estocada y dos descabellos. Muy por encima de ambos Aguilar.

Alberto Lamelas pechó con el tercero, que podríamos calificar como segundo en el ránking de mansos de la tarde. Fue en toriles donde el jiennense decidió plantearle batalla, mediada ya la faena. Allí, al abrigo de las tablas, ofreció el toro ciertos pasajes con emoción. El diestro los consiguió más con la derecha y estuvo menos resuelto con la izquierda. Lo mejor de esta actuación fue el gran espadazo, perfectamente ejecutado. Bien podría haber valido por sí solo el trofeo. Cerró plaza el toro que mayores y mejores opciones de lucimiento tuvo en el último tercio. Sin calidad y sin entregarse nunca, ofreció viajes humillados. Lamelas lo intentó, es cierto, pero la faena no llegó a levantar vuelo. Faltó mayor eficacia y eficiencia en los movimeintos del torero en la primera parte de la faena. En la segunda, cuando el de Aguirre se marchó descaradamente a toriles, todo lo poco conseguido se acabó de diluir. Pero esa primera quedó en el aire. Lo dejó para el arrastre con media estocada.

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