Todo un regalo

Cuando José Tomás cruzaba el peculiar ruedo del coliseo de Nîmes, daba comienzo, sin saberlo, el compendio más completo que un torero pueda demostrar en una plaza de toros. Ni él ni nosotros sabíamos que aquel hombre, en aquella solemne e indescriptible cruzada, cargado del más puro oro de la torería, iba a ejercer ante unos 14.000 espectadores, la dirección de una obra casi perfecta si contamos que la perfección no existe, aunque desde aquel 16 de septiembre de 2012 queda una duda más en el aire.

Aquel paseíllo de aquella soleada mañana, cuando José Tomás eligió engrandecer la Fiesta a su costa, la Fiesta regresó a sus más auténticos rasgos de autencidad. El toreo eterno, el más grande, sigue vigente cuando alguien es José Tomáscapaz de plasmarlo. Porque no hace falta más que un torero. Así, como suena. Un torero capaz de decirle al mundo taurino que cientos de años después, con una evolución lógica en las formas y suertes, el toreo sigue siendo respeto, verdad y emoción. La vida. Y en eso, no hay leyes que la paren ni la legislen ni se puedan meter por medio. Seis actos solemnes, grandes, justos y precisos. Seis obras ante seis animales distintos, con sus lidias, con sus tres tercios. Porque a seis toros de un mismo encaste, se les lidió en tres tercios perfectos por otros nueve banderilleros y seis picadores, perfectos en ejecución y toreando a pie y a caballo, para acabar, con su maestro a la cabeza, con el falso mito de que este tipo de toros no acepta una lidia total. Grandeza por todos los lados. No era mañana, precisamente, de robar nada, sino de engrandecer para siempre los tres tercios fundamentales de la lidia de un toro bravo.

Era todo un regalo para la fiesta de los toros.

Quedarse en que José Tomás eligió sus toros a dedo, en que habíamos solo militantes enfervorizados, en que el triunfo estaba cantado, es tan corto que no merece la pena ni rebatirlo. Las palabras, las fotografías ni mucho menos las imágenes apenas pueden transmitir algo de la obra. Naturales, verónicas y la gran variedad ofrecida de suertes durante seis actos magníficos puede que no fueran los mejores ni tan solo de su propia carrera.

Pero fueron aquellos, en aquel día y en aquel lugar, cuando José Tomás hizo parecer que no existía nada más ni nada mejor. Cuando fue capaz de encoger el corazón, de apartar la mente de todo y abrir el alma de tantas personas. Cuando pareció decir que el toreo es algo parecido a esto. Y el que quiera, que pruebe, que ahí está el camino.

José TomásPoder decir que aquella tarde estuve allí. Poder decir que partíamos de madrugada desde nuestro rinconcito cautivo de libertad buscando liberar el alma para homenajearnos, como solíamos, unos días antes de nuestra Mercè. Poder decir que en Nîmes, aquella mañana del 16 de septiembre de 2012, encontramos una parte grande del tesoro del toreo, de su grandeza, de sus emociones. Poder decir que el corazón ganó como casi nunca lo había hecho. Poder decir que seguíamos vivos porque la emoción estalló.

Poder decir que vimos a José Tomás, también, en aquella mañana de Nîmes.

(Publicado en José Tomás, de Nimes al cielo, por Edicions Bellaterra)

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