Muro cayó de lleno en las garras del triunfalismo. La tarde se perdió entre orejas regaladas, trofeos dobles sin petición y un palco de verbena incapaz de sostener el más mínimo rigor. El respeto y la afición se fueron por el sumidero de la Monumental. Que sea un festival no ampara que se repartan trofeos al peso, ni que se maquille la realidad de cada faena. No todo vale, ni en Muro ni en Sevilla.
Manolo Sánchez
Apareció el primero de Enrique Ponce, un toro vacío de fuerza desde que pisó el ruedo. Manolo Sánchez lo templó a la verónica, siempre midiendo el terreno porque el animal amagaba con irse al suelo. Con la muleta, el pitón derecho se convirtió en un pozo sin fondo: el toro embestía sin entrega, frenándose, quedándose corto. Por el izquierdo, en cambio, permitía alguno de los pasajes más limpios de la faena: naturales largos, acompañando la embestida sin exigir una fuerza que el toro no tenía. La estocada fue efectiva. Dos orejas.
Javier Conde
El malagueño saludó discretamente a otro ejemplar del hierro de Ponce. En la muleta, Conde pasó del desconcierto inicial —en el que no encontró ni sitio ni ritmo— a cuajar pases sueltos de enorme calidad estética. Dos tandas por alto mostraron su mejor versión: temple, compás y suavidad. Pero el toro siempre embistió con la cara arriba, sin romper, sin entregar la arrancada, obligando al torero a rehacer cada serie. La estocada cayó baja y el mal uso del descabello lo dejó todo en una ovación.
Gabriel Pericás
El tercero, de bella lámina, se arrancó con tranco y el mallorquín le respondió con una larga cambiada de cartel. Las chicuelinas al paso y el remate en la boca de riego levantaron el ánimo de la plaza. En banderillas armó un auténtico espectáculo junto a Fernando Sánchez y Luis Germán, con un par al quiebro final que puso al respetable en pie.
Con la muleta, Pericás firmó una de las faenas de mayor conexión de la tarde: los derechazos, ligados y con profundidad, llevaron emoción. Al natural expuso clase, suavidad y dominio. El toro, que en los primeros compases parecía mejor, fue destapando defectos, pero Pericás logró taparlos a base de mando y serenidad. Estocada arriba. Dos orejas indiscutibles.
Félix San Román
San Román se las vio con un auténtico pavo. La verónica fue suavísima. El toro derribó al caballo en el primer encuentro y protestó notablemente en el segundo. Con la muleta, el toro humilló más de lo esperado y San Román lo aprovechó para trazar naturales cadenciosos, llevándolo muy toreado, cruzándose con verdad y templando con mimo cada embestida.
La tanda al natural, arrastrando la muleta por el albero mientras el toro se venía abajo, fue lo mejor de una faena de oficio. La espada, sin embargo, empañó todo: primera estocada que hace guardia, segunda entrada y descabello. Oreja.
Adolfo Suárez
Le cayó un Samuel Flores complicado, con fijeza pero sin recorrido. Lo saludó a la verónica con firmeza. En la muleta, Suárez tuvo que inventarse cada pase: el novillo embestía a fogonazos, arrancándose pronto pero apagándose al segundo muletazo, sin continuidad ni fondo. A base de porfiar le robó pases de mucho mérito, especialmente por el derecho. La espada fue un suplicio. Oreja inmerecida, concedida sin petición.
Francisco D’Agostino
El sexto fue un novillo con movilidad pero sin humillar, que fue a más tras banderillas. D’Agostino lo tomó con serenidad: series lentas, templadas, cuidando la distancia para que el toro no protestara por arriba. Logró dos series ligadas por el derecho de buena composición, siempre llevando al animal a media altura para aprovechar la inercia.
Por el izquierdo se quedaba más corto y el torero optó con buen criterio por no insistir. Cerró por alto y dejó una estocada correcta antes del descabello. Dos orejas.
Alejandro Fermín
Fermín arrancó la tarde con uno de los saludos más toreros del festival: verónicas de rodillas, templadas, con gusto. En la muleta, dos pases cambiados por la espalda calentaron la plaza y la serie de rodillas desbordó emoción. Ligó en redondo con profundidad y temple, y al natural dejó dos series que marcaron el nivel artístico de la tarde.
Pero la faena se le fue larga. Y cuando abusas del toro, luego te lo cobra: al entrar a matar, se complicó, se puso áspero. Fermín pinchó dos veces y dejó una estocada delantera y caída. Pese a ello, el palco concedió dos orejas gracias a la inacción del tiro de mulillas y al desgobierno absoluto de la presidencia.
Jesús López
Novillo noblón, dos entradas al caballo sin historia y sin quites. Pericás y Luís Germán banderillearon de forma impecable. Con la muleta, López tardó en encontrarse: dos series llenas de enganchones y falta de colocación. Logró una tanda por el derecho ligada y con sentido, fue lo más destacable de su actuación.
Pinchazo, estocada y dos descabellos. Dos orejas excesivas.
Juan Toscano
Apenas saludó con el capote al de Cayetano Muñoz. Dos puyazos eternos crisparon al público por innecesarios. En la muleta, Toscano ofreció dos tandas en redondo bien ligadas, con mando y profundidad. Por el izquierdo, tres pases ayudados y dos naturales de muy buena factura dieron aire a la faena.
Pinchazo y estocada trasera. Dos orejas por inercia festivalera.
Juan de Palma
Recibió al novillo pegado a tablas, toreando a la verónica, toreó por chicuelinas en el centro del ruedo. El de Montalvo, noble, fijo y con recorrido, pedía más temple y menos arrogancia. Juan de Palma toreó al natural con buena intención, pero sin la cadencia necesaria para terminar de cuajarlo.
Le valió una estocada que hizo guardia y se le concedió el rabo. Con eso queda dicho todo.
Rafael Arrom
El último de la tarde, de Ponce, lo recibió con una larga cambiada y verónicas de bella ejecución, cerrando con chicuelinas ajustadas en la boca de riego. Toreó al alimón con Pericás, detalle que rompió la plaza.
Con la muleta, Arrom tiró de verdad: firmeza, colocación y pureza ante un toro que se dejaba por el derecho pero protestaba por el izquierdo. La ejecución del volapié fue primorosa, lenta, templada. Falló el descabello, único lunar. Dos orejas.

