Mario Vilau soy yo

Mario Vilau soy yo. Pero no como decía Borges, que un hombre es la suma de todos los hombres. Yo soy Mario Vilau por algo mucho más concreto.

Mario nació veintiséis años después y en otro lugar que yo, pero los dos vimos pasar el toro por delante de la casa del pueblo —distinto— de la sierra de Castellón. Allí donde casi todo ocurre por primera vez. Sé que él, como yo desde que era un crío, era el primero en llegar a las tardes de toros y vacas de las fiestas de agosto y el último en marcharse. Estoy seguro de que a Mario, como a mí, le recorre el mismo escalofrío de felicidad el olor de las bolas de fuego antes de prender. Fuimos de allí siendo de aquí y éramos de allí estando aquí.

A Mario, en Barcelona, sus padres —ajenos al toro— lo llevaron al psicólogo porque sólo pensaba en toros. El diagnóstico fue claro: no es grave, pero sí incurable. A mí, en el colegio, me pasaba algo parecido: solo dibujaba toros y toreros. Los profesores llamaban a mis padres constantemente a tutoría. Mi madre, tras una de esas reuniones, me propuso un trato: “Estoy harta de que me llamen del colegio porque sólo dibujas toros. Yo te llevo a la Monumental siempre que pueda, pero tú me prometes que no vuelves a dibujar un toro en clase”. Esa es la única promesa que he cumplido en mi vida.
Y así fue como vi la reaparición de Bernadó en Barcelona y me convertí en un espectador más en la Monumental.

Aunque yo sea Mario, hay alguna diferencia. Yo llegué a tiempo, aunque los toros en Barcelona ya tenían una estocada en todo lo alto; cuando Mario llegó, habían desalojado hasta el patio del desolladero. En mi familia siempre hubo comprensión porque eran aficionados, no tan obsesivos como yo, pero lo eran y lo siguen siendo. A veces me pregunto si a los que no son aficionados a los toros les vale la pena vivir. Como dijo Rafael “El Gallo” cuando visitó Londres: “¿Y aquí qué hacen los domingos si no hay toros?”

Cuando veo a Mario, veo la misma lealtad a una pasión frente a la intemperie y, en su caso y en mi descrédito, una vocación realizada. Pero como escribió Paul Valéry: “Soy lo que he hecho, lo que no he hecho, lo que he querido hacer y lo que no he podido hacer.”

El próximo domingo por la mañana, Mario toreará la novillada de Hermanos Quintas en la feria de Céret (Francia), la plaza de toros en funcionamiento más cercana a Barcelona. A quienes lo vean, no les pido que lo juzguen distinto a sus compañeros, que también tendrán historias, quizá no tan diferentes a esta. Pero, como me dijo mi amigo Juanfran, de Sevilla: “¿Un novillero catalán? No me jodas, a ese hay que apoyarlo; eso es como que salga un torero en Marte”. Yo no pido tanto, sólo he escrito esto porque únicamente quiero que sepan que Mario está hecho del mismo material que yo. Tanto, que Mario Vilau soy yo.

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