Nadie muere hasta que no es olvidado

La muerte. Ese toro negro zaino, astifino y engatillado que, por muy esperado que sea en tristes ocasiones, siempre se teme y siempre acaba sorprendiendo.
La muerte. Enlotada, sorteada y enchiquerada a modo de destino para todos los que hacemos el paseíllo en esta plaza de primera categoría que es la Vida y que la transformamos en talanquera cuando nos enfundamos el terno negro azabache de la envidia, la hipocresía, la falsedad e incluso la venganza.
La muerte. Esa injusta estocada final a la Vida que no precisa nunca de puntilla.
La muerte. La que sacó a hombros esta semana en Palma de Mallorca a Francisco Gabriel Pericás Pérez (Matador de toros y conserje del Coliseo Balear) no entiende de pañuelos naranjas.

A primera hora de la mañana del pasado miércoles un amigo me confirmaba la noticia. Iba conduciendo. La emoción se apoderó de mí. En aquel momento innumerables recuerdos golpearon mi mente. Sí era la de Gabriel una muerte esperada pero no por ello menos sentida.
Se había marchado el torero, la persona… el amigo que me brindó la primera oportunidad de torear cuando con trece añitos soñaba con alcanzar la tan dificilísima gloria. Habíamos compartido entrenamientos y  paseíllos. Alguna bronca merecida también me echó. Pero eso sí, nunca un desprecio, nunca un mal gesto. Eso y otras cosas siempre, insisto… siempre se las agradecí en vida y siempre se las agradeceré puesto que todo lo que me llegó de él estaba exento de maldad, de interés, de la búsqueda de compensaciones, de celos… de envidias. De eso que tanto abunda en este mundillo del toro.
Sus últimos años han sido una tremenda lucha, un largo sufrimiento… una desesperada esperanza.
Un infarto cerebral sufrido hace seis años mientras actuaba en un festival taurino fue la cornada que lo dejó herido de muerte pero aguantó y continuó la lidia entre la vida y la eternidad hasta recibir  los tres avisos por “alargar la faena” de la vida.
Recuerdo que semanas antes de aquel festival se preparaba para el evento con la ilusión de un chaval que empieza. Recuerdo también, aquellas largas e interesantes conversaciones recordándome, para recordarse a sí mismo, anécdotas y momentos circunstanciales y cruciales de su vida tanto de matador de toros (26 Sep 1971) como de banderillero.
Sus hijos Raquel, Daniel y Gabriel han sido su mejor cuadrilla. Para desmonterarse. Pero ha sido Isabel, su mujer, el mejor mozo de espadas que recuerdo. Un amor desmedido. Todo un ejemplo de valor y coraje propios del mejor de los toreros.
En el recuerdo quedará para siempre cuando su hijo Gabriel, en su presentación como novillero en Mallorca el pasado mes de Julio , accedió tendido a través para abrazar y brindar la muerte de su novillo a su progenitor mientras que los allí presentes, sabedores de las circunstancias, puestos en pie, rompíamos en una estremecedora ovación que desató las lágrimas de algunos de nosotros.
La afición y en concreto diferentes Asociaciones Taurinas de la isla han rendido homenaje al torero fallecido, pero nunca llegó a celebrarse un festival en su plaza, el Coliseo Balear, que custodió durante 25 años.
Conozco dónde radica la dejadez para que ésto no se produjera pero… no es momento ni ocasión. Es inútil ahondar en el tema. Arrieros somos…….
En fin……. Como verdaderamente, nadie muere hasta que no es olvidado, Gabriel seguirá vivo entre nosotros.
D.E.P torero. Gracias.

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