La curiosa historia de Culebro, el toro indultado en la Barceloneta

Raro es el aficionado barcelonés que no conoce la historia de Civilón, ese toro dócil de Juan Cobaleda que se dejaba acariciar por los niños de la finca. A pesar de su dudosa condición para la lidia, fue embarcado para lidarse el 28 de junio de 1936 en la Monumental.

Le correspondió en suerte a El Estudiante aunque poco tiempo estuvo delante de él. Tras el primer encuentro con el caballo, la presidencia sacó el pañuelo verde para devolver el toro al corral y apaciguar de este modo al público, que protestaba cada vez con más fuerza. La afición llevaba tiempo leyendo y escuchando historias de Civilón, lo que propició un estado de opinión favorable a la res. Crónicas de la época aseguran que todo lo acontecido con este toro fue resultado de una estrepitosa propanganda.

El caso de Civilón dista mucho del de Culebro, el protagonista de este artículo. Culebro perteneció a la vacada de Andrés García, anteriormente propiedad de Cipriano Ferrer, cuyos astados recibían el nombre de Toros de Campanilla. Fue lidiado en El Torín el 1 de septiembre de 1889, pero antes, durante su estancia en los corrales de la plaza de la Barceloneta, se encontró con una persona que le cambiaría -o salvaría- la vida. Serafín Grego “Salerito” trabajaba de mayoral en los corrales mientras intentaba conseguir el difícil sueño de ser torero. El barcelonés, pronto observó la docilidad de Culebro y a bese de paciencia y esfuerzo se propuso a domesticarlo. Lo llegó a conseguir hasta el punto de subirse encima de él y darle de comer hierba con la mano en el centro del corral. Las noticia corrió como la pólvora y no tardó en llegar a los oídos de los aficionados, quienes dudaban de la bravura de éste.

En la tarde citada anterioremente, fue lidiado en quinto lugar y según relatan en la revista El Toreo Cómico del 9 de septiembre del mismo año, “tomó siete puyazos y uno de refilón. En una de las varas introdujo toda el asta izquierda hasta la cepa al costado de la cincha del caballo, suspendiendo a éste y al picador, y quedándose materialmente dormido en la suerte bastante rato. Mató dos caballos“. Parte de los aficionados empezaron a solicitar el indulto de la res, concedida finalmente por la presidencia tras bastante rato de reflexión. Salieron los bueyes al ruedo y con ellos Serafín, que fue aproximándose a Culebro arropándose en un cabestro. Culebro permaneció desafiante hasta que el mozo llegó a tocarle los cuartos traseros, aún parapetado detrás del manso, que pronto se apartó y dejó solos en el centro del ruedo a Salerito y Culebro. El muchacho a cuerpo limpió rascó y acarició al animal. Al ser encerrado en los corrales estalló una fuerte ovación en la plaza. El toro fue curado de las heridas a la finalización de la corrida.

Fue tal el revuelo generado que no tardaron en volverlo a sacar al ruedo. Una vez recuperado de su pelea con el caballo, reapareció en El Torín el domingo 13 de octubre del mismo año. En La Vanguardia se anunciaba “la única exhibición del célebre toro” pues este tenía que partir a la Exposición de París. Culebro sería acariciado por Salerito después de haberlo capeado una cuadrilla de aficionados:

La Vanguardia, 10 de octubre de 1889

La pareja Culebro-Salerito triunfó y se ganó actuar de nuevo el domingo siguiente:

La Vanguardia, 18 de octubre de 1889

Verduguillo, en una carta enviada a la revista Toreo Cómico, relataba de este modo una de estas actuaciones: “Salió Serafín Grego a la plaza vistiendo el mismo traje que usa para cuidar el ganado en los corrales. Abrió la puerta del chiquero, apareciendo Culebro encampanado y recorriendo todo el redondel; llamólo Serafín y acudió el toro, dejándose tocar y acariciar por su domador. Retiróse Grego, y a una señal convenida apareció otro joven vistiendo idéntico traje, y el toro se le arrancó como una exhalación persiguiéndole hasta las tablas. Vuelve a salir Salerito, y la res se deja acariciar y tocar de nuevo con docilidad, lo mismo que el más inofensivo borrego. De nuevo se retiró Serafín apareciendo cuatro aficionados que corrieron a Culebro, el que a todos achuchó rematando en las tablas. Quedó de nuevo solo el toro en el redondel. Excitado el animal al presentarse por última vez Salerito, se le arranca desde lejos con fe; más al aproximarse a él se para, le reconoce déjase coger de la cola, de la que tira con fuerza Serafín cinco o seis veces, le levanta una mano, una pata, rodea su cuello con los brazos, y, finalmente, se abre la puerta del chiquero por la que penetran Salerito y Culebro a tan corta distancia que los pitones de éste rozaban materialmente con la espalda de aquél. El toro estaba en puntas limpias“.

La despedida de Culebro llegó el 24 de noviembre:

La Vanguardia, 24 de noviembre de 1889

Por lo que respecta a Salerito, que había toreado varias novilladas, no terminó de demostrar las mismas cualidades como matador que de domador y acabó formando parte de la cuadrilla de Tomás Parrondo “El Manchao”.

Serafín Grego “Salerito”

 

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