Sin rodeos. Con el mismo ataque a la dignidad debiera ser tratada la actitud y modales empleados por el maestro Morante en el momento de la suerte suprema al primero de la corrida de ayer jueves en Valladolid.
Vergonzoso. Impresentable. Una falta de respeto no sólo al reglamento taurino. Sino a la ética. Al público. A la autoridad competente. A su propia profesión de artista. Y a lo que es peor, al Toro. Ese al que el maestro sevillano debiera tener considerado como el Rey de la Fiesta.
Realizar la suerte suprema pasándose por el mismísimo escroto el apartado 2 del artículo 79 en referencia al último tercio de la lidia en lo que al reglamento de espectáculos taurinos se refiere, no debiera ser pasado por alto en un espada de semejante calibre. Un insulto. La degradación del espectáculo en manos del artista. Impropio. Indignante.
Se desconoce, aún, si el Presidente del festejo sancionó al espada en cuestión. De no ser así, estaríamos hablando de otro impresentable. Ni las plumas del alguacilillo de turno asomaron tras las tablas a modo de reproche ante semejante desfachatez del duende hecho humano cuando, tras cobrar un entero sartenazo, entrase a matar sin haber extraído anteriormente el estoque. Bochornoso. De vergüenza ajena.
Mientras, al otro lado de la pantalla, micrófono en mano, el otro maestro sevillano, Emilio Muñoz, haciendo alarde de su desconocimiento del reglamento, poniendo en duda de si está tipificado o no en el mismo semejante irritante acción. El admirado y querido David Casas pasando también por alto el hecho en cuestión. Y un Germán Estela carente de arrestos para reprender al torero, en el momento de la entrevista, tan impúdico comportamiento.
No busquemos culpables externos de la degeneración de la Fiesta. La corrupción que radica en el propio sistema y la falta de profesionalidad de sus principales protagonistas son las causas sustanciales de su deterioro. Así nos va.
Foto: Nacho Gallego (EFE)