Para ser torero hacen falta dos circunstancias esenciales: aptitud para serlo y conducta para saber serlo. Se nace torero, lo que es muy distinto que sentirse torero. Los inicios exigen juventud, absoluta dedicación, sacrificio, valor, inteligencia y suerte. Muchos lo intentan y la mayoría se queda en el camino. Algunos saben rectificar a tiempo y continúan ligados al mundo del toro en otras facetas y otros salen adelante alejados del toro. Pero la mayoría continuará sintiéndose torero.
Ayer confluyeron en Inca diferentes etapas y situaciones del modo de ser o sentirse torero. Los hubo quienes, entrados ya en edad avanzada como para actuar sin picadores, se resignan a dejar colgados los trastos y pasar página habiendo cumplido con decencia una etapa. Otros que solo pretenden matar el gusanillo y sentirse torero por un día. Alguno que quiere, pero con signos evidentes de que la cosa no puede ser. Y alguno que sí está en edad y en el camino de serlo, pero debe plantearse seriamente si debe o no continuar.
Excelentes los novillos de El Onsareño, de impecable presentación. Bravos y nobles, a excepción del segundo. El tercero fue premiado con la vuelta al ruedo. Todos con las fuerzas y el empuje justo para los actuantes.
El ganadero Sergio Galdón se vio obligado a dar la vuelta al ruedo tras la muerte del tercero y del sexto.
Injusto sería evaluar a los novilleros de ayer – unos con escaso bagaje y otros debutantes – con el mismo rigor que a una figura, pero hay que dejar significado que, si bien la novillada no presentó dificultades, a algunos les puso en graves aprietos y tuvieron serios problemas para solventar la papeleta. Y sobre todo les brindó la posibilidad de que recapaciten y mediten si de verdad es justo y necesario su deber de salvación de huir de una quema inexcusable.
Juan Luis Bozada es todo pasión. Un ejemplo admirable de afición desmedida. Siente y realiza con gusto y una manera personal todo lo que hace en el ruedo desde que inicia el paseíllo. Y así lo hizo tanto con capote como con la muleta. Pero ayer solo con eso no bastó. Justo es decir que no llegó a acoplarse con el astado. Hubo momentos de buen retazo, muletazos sentidos, pero sueltos, series incompletas. Falló con los aceros en reiteradas ocasiones haciendo sonar los tres avisos.
Francisco Martín se mostró bullicioso desde el inicio de su labor. Sufrió una fuerte voltereta al recibir a su oponente a portagayola. Anduvo a la deriva pero con entrega y conectó con el público. No se prolongó en la suerte suprema y paseó una oreja.
Mariano Aguiló, sorprendió por su serenidad, seguridad y confianza. No fue una faena redonda pero sí más que digna para ser la de ayer su segunda novillada. Se le concedieron dos orejas.
El primero de los debutantes fue Juan de Palma que se alzó como triunfador del festejo tras cortar los máximos trofeos. Imprimió seriedad y buen gusto. Su faena tuvo pasajes de buen toreo. Alternó y hasta replicó en quites. Además hizo buen uso de la tizona. Mató de media certera.
Rafel Arrom pechó con el novillo más fuerte del encierro. Tiene lo mínimo que se le debe exigir a un chaval que empieza; valor y ansias de triunfar y de querer ser. Cortó dos orejas.
La actuación de Antonio Fluxà fue aseada y correcta. Con las lógicas y evidentes faltas técnicas como el resto de sus compañeros, pero quiso en todo momento. Quedaron patentes sus ganas y deseos de agradar. Dos orejas.
De entre los subalternos destacaron Alfonso Gómez, Gabriel Pericás y Daniel Oliver.
Por el honor que merece la profesión de torero, por la dignidad y el bien de la fiesta, pero sobre todo por ellos, es necesario que los seis reflexionen y valoren la importancia de enfundarse el vestido de torear y el respeto que requiere enfrentar el compromiso frente a un respetable que paga una entrada y no distingue ni conoce las necesidades personales ni las condiciones contractuales con las que cada uno afronta el paseíllo. Mucho mérito tiene la decisión de querer ser torero, pero más aún lo tiene el saber decidir cuándo ha llegado el momento de cerrar etapas o, en algunos casos, de no continuarlas y colgar con dignidad el traje de luces. Ser torero no es un juego y si se toma como un capricho puede acarrear serias consecuencias. Para todo lo demás, Mastercard y a puerta cerrada.