Ya pueden vender, clamar y predicar. Hacernos creer sus delirios, querer implantar esa ideología que no es más que la suya. O conmigo o contra mí. Tan cerca de lo del 36 al 75. El nombre que eso recibe está claro.
Podrán idiotizar al que ellos quieran, querer hacerlos de los suyos o meter en el apartheid catalán al que ose tratar tan solo de no ser como ellos. Ahí está esa CUP, esa ERC y ese Olot en Comú negando su historia, su presente y su futuro, volviendo a negar a los que, además de no ser como ellos, creen minoría. Buenos y malos catalanes. Por eso quieren llevar a referéndum la prohibición del correbou en la capital de La Garrotxa. Votar y votar. Separación y reparto de afines o no al movimiento nacional catalán antitaurino.
Olot celebró su correbou el viernes pasado. Y esa minoría que ellos creen, llenó a rebosar la vieja plaza de 1859, que ya acogía fiestas con toros antes de la llegada de los modernos con olor a naftalina. Una gente que disfruta con sus centenarias fiestas del toro bravo, con el ancestral juego del hombre y el animal. Solo hay que ver la fotografía de más arriba: Olot, 5 de septiembre de 2015. Más personas allí dentro que las firmas que han recogido a través de internet para acabar con ellos.
Otra cosa es, y muy cierta además, que mucha de esa gente sea contraria a la corrida de toros. Puede que todavía no hayan visto que son el próximo objetivo, que ya no quedan ni sindicalistas, ni católicos, ni judíos ni nadie para protestar y ahora van a por ellos. Allá cada uno.
Nadie nunca pudo tapar el sol con un dedo. Ni con dos ni con tres. Más de 3.000 personas dijeron que quieren ser libres y decidir sin que nadie les diga lo que tienen que hacer. Ahora que vuelvan a hacer lo que quieran con su Catalunya. La mía es más grande que eso. Ya lo era antes de que ellos llegaran.