10 años han pasado ya de aquel fatídico 28 de julio. El Parlament decidió prohibir los toros en Catalunya. Por mucho que pase el tiempo, el recuerdo del citado día está intacto, como suele ocurrir en cualquier experiencia traumática. Resulta imposible olvidarse de la sensación de impotencia, incredulidad y rabia que provocó esa votación que nunca debió existir. La herida sigue sin sanar.
10 años después, la sociedad catalana no ha dado signos de mejora. La prohibición no trajo la modernidad que prometían. Que alguien me explique qué significa realmente eso de adaptarse a los tiempos actuales. Ese afán abolicionista y totalitario se ha extendido sin prácticamente oposición. Metástasis de la cultura de la censura. 10 años atrás, los taurinos ya avisábamos de la gravedad de apuntar con el dedo a cualquier hijo de vecino. Ahora parece que la persecución al disidente es tendencia.
Por aquel entonces, Barcelona emprendía un viaje sin retorno para parecerse cada vez más a Girona y alejarse a pasos agigantados de Londres, París, Roma e incluso de Madrid. El problema trasciende al mundo taurino. El éxodo de artistas y gentes de la cultura no cesa, se van a otras ciudades donde la libertad y la multiculturalidad todavía no están tanto en el punto de mira. Junto a la República de pandereta nos ha quedado una capital provinciana donde ya no todo el mundo tiene cabida. Lo cómodo es echar las culpas a los demás, pero es solo nuestra por poner al mando a unos incompetentes que en cualquier otra época habrían llegado a duras penas a alcalde de Maçanet de Cabrenys, con perdón de los masanetenses.
Qué cierto es eso de que no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos. De golpe y porrazo, nosotros perdimos la libertad y la felicidad dominical. A pocos, muy pocos, pareció importarle ese atropello. Incluso a muchos de los que ahora lamentan que Madrid o Sevilla no tengan temporada.
La libertad la recuperamos 4 años atrás gracias al Tribunal Consitucional, pero nuestra felicidad todavía sigue condicionada por el peor de los Balañá. Quien me iba a decir que la felicidad se podía encontrar viendo a El Fandi con una moruchada de Olga Jiménez.
Que triste es ver la monumental sola, sin el uso en que fue construida y casi nadie no dice nada ,yo no tengo la esperanza de ver mas toros en la monumental y aun no tengo 60 años,Que triste.
Opino igual. Tengo 49 años y dudo que vuelva a ver toros en la plaza de Barcelona.