Como siempre, lo mismo de siempre

Palma se sumó ayer a la horrorosa moda de las corridas picassianas, magallánicas y goyescas.

Vaya por delante todo el respeto y la admiración que se le procesa a nuestro paisano, el genial artista mallorquín, Domingo Zapata. Ahora bien, lo de convertir el ruedo de un coso taurino en una galería de arte, es una verdadera atrocidad. Espantoso. Principalmente porque desde ninguna de las localidades que se ocupen del tendido es imposible percibir el arte que fue plasmado en los burladeros y portones de la Puerta  Grande, la de caballos, la de cuadrillas y las puertas de toriles. Mucho menos en los capotes y mejor ni hablar de la pintura en los petos de los caballos de picar que rozaron el ridículo y podría calificarse de irrespetuoso. Amén de la decoración del ruedo.

Y porque las plazas de toros, además de serlo, tienen que parecerlo y aquello de ayer, del Coliseo de Palma, se asemejó más a una pista circense que a un ruedo donde los toreros se juegan la vida. Bueno, hay circos mucho más serios que el escenario de anoche en el Coliseo Balear.

Todo aquello que desvirtúe la liturgia, los principios y la esencia de lo que significa, caracteriza y dignifica una corrida de toros, es una profanación.

Según palabras de la propia empresa, Funciones Taurinas, en un comunicado dando a conocer hace unas semanas el cartel de la corrida, con ‘esto’ de ayer, se pretendía poner en valor la tauromaquia en Balears. ¡Qué cachondos son los Matilla’s House! Cachondos y guasones.

Poner en valor la tauromaquia en Balears debe comenzar por dignificar al protagonista de la fiesta, el toro. Es decir, celebrar un espectáculo con astados con una presentación digna de una plaza de segunda categoría como es la de Palma.

Ayer, por los señores Matilla, por ellos siempre, fue como siempre, lo mismo de siempre. Volvieron a enviar a Palma las bazofias, los despojos, del ganado bravo peninsular. Un encierro de plaza de tercera. La mitad de los lidiados de Juan Pedro Domecq pudieron no haber pasado el reconocimiento y, por lo tanto, la corrida hubiera podido haberse suspendido. Si no fuese por la buena predisposición, el buen talante y sobresaliente actitud del presidente del Coliseo, el inspector jefe de la Policía Nacional, Fernando Corchero Martín, estarían, desde hace años, en Salamanca, encargándose de los muecos o celebrando festivales en Eivissa.

Qué desfachatez, un año más. Y luego imploran y ruegan que la prensa reme a favor.

A favor se ha remado, y mucho, previo a la corrida, ahí está la hemeroteca si no. Ahora bien, una vez celebrada y visto lo acontecido, no lo ponen nada fácil. Lo de ayer fue otra burla al aficionado que pasa por taquilla. Pero a ellos les da igual. Esto son lentejas. Y eso que, por cierto, hubo una excelente entrada. Se cubrieron Tres cuartos del aforo permitido.

No lo tienen fácil los presidentes que suben al palco presidencial. Su tragedia comienza desde el preciso momento del reconocimiento de los toros. El presidente se transforma en un personaje presionado desde todos los frentes. Los toreros envían los toros que ‘aprueban’ sus veedores, los mismos que manipulan o mandan manipular las defensas de las reses. El empresario, que quiere un espectáculo con máximas figuras, se ve obligado a comprar impuesta mercancía y deteriorada a propósito para que no se descuelguen los toreros del cartel. Al final, el presidente, se hace el responsable último de unas tropelías de las que es inocente.

Hay que señalar que la afición taurina palmesana, prácticamente no existe. El público que se sienta en el tendido desconoce la liturgia de la lidia, no conoce el reglamento y mucho menos la pureza del espectáculo. Todo les vale, todo sirve. Nadie protesta nada y todo se da por bueno. Se aplaude por no picar que es el colmo de lo absurdo en una corrida de toros. Qué pena.

Lo del tercio de picar, fue ayer otra pantomima. Un mero trámite. Seis simulacros. El termómetro de la bravura y que cada vez pelean menos toros. El tercio que debiera ser el más emocionante de la lidia y que vive su peor momento. Es una parodia, una burla, un engaño. Ni los propios espadas colocan correctamente al toro en suerte.

Las figuras siguen apostando por el medio toro, muerto de salida, sin fuerzas y sin el menor atisbo para embestir.

La banda de música toca en cada faena sin criterio alguno sin tener en cuenta las circunstancias.

Ayer actuaron tres consagradas figuras enfrentándose a seis terciados y anovillados astados que ni tan siquiera han olido el pienso desde hace, al menos, un par de años. Una gatada en toda regla. Una pasarela de animalitos, sin alma, sin empuje, sin emoción, sin un mínimo de transmisión. Bobalicones.

Ninguno se salvó de la quema. Toritos sin trapío, sin remate, con paupérrimas caras, de sospechosos pitones, fueron todos los de Juan Pedro Domecq.

Es innegable que El Fandi es un torero valiente y que se la juega siempre. Abusando del pico de la muleta y retorciendo demasiado la figura. Encuentra opciones en cualquier toro y cuenta con el beneplácito del gran público. Poco le importaron las pocas opciones que ofreció su lote. Peculiar, carente de profundidad, pero torero apetecible para el que asiste a los toros a divertirse.

Cuajó sendos trasteos variados y sobre todo con mucha conexión con el público.

Faenas justas en y precisas en cuanto a tiempo, pero llenas de mantazos.

¿Quiere decir esto que El Fandi sea mal torero? Pues no, Fandila es un profesional de los pies a la cabeza, que empieza por salir a los ruedos con una preparación física extraordinaria, con un oficio aprendido y un estudio de su profesión que no puede ser objeto de censura sino de admiración de quienes saben lo difícil que es desenvolverse por una plaza de toros con la seguridad e inteligencia que saca a relucir tras cada paseíllo . Y que, además, proporciona espectáculo.

Tras explosionar en sus correspondientes tercios de banderillas, con la muleta ambas labores decayeron. Fue todo entrega y valor con una actitud y ansias de agradar irreprochables. No escatima esfuerzos.

Lo mejor de su actuación, un vistoso quite por lopezinas al primero. Por reprocharle algo, su falta de ajuste en el toreo fundamental. Bajonazo en ambos y sendas orejas.

Es una pena que Castella se fuese de vacío,sin pasear apéndices. Realizó lo más torero de la noche. Asentado, perfecto ante el segundo. Ajustado y realizando una faena impecable en el quinto. Apto solo para paladares exquisitos. Lástima que el conjunto de su labor no trascendiese al tendido debido a la nula transmisión de los animalitos. Mató de una entera caída en su primero y se atascó en reiteradas ocasiones con los aceros en el quinto.

Saludó desde el tercio en ambos.

Manzanares anduvo algo mejor que a lo que nos tenía acostumbrados últimamente. En ocasiones , sin acople, pero se rebozó más que anteriores actuaciones sin mandar tanto a los toros a la andanada. Más ceñido. No acusó los dos meses de inactividad a causa de la lesión cervical de la que ha sido recientemente operado y que, sin duda, ha hecho mella en su anatomía ósea debilitándole el ánimo que le caracterizaba. Solo es irreprochable su empaque, la torería, la elegancia y la solemnidad que despliega desde que hace el paseíllo. Pero eso, no es suficiente en un diestro de semejante categoría. Mató de estocada defectuosa al tercero y de estocada entera al que cerraba plaza del que paseó una oreja.

El presidente Fernando Corchero estuvo acertado en todas y cada una de sus decisiones sin claudicar ante las artimañas de los subalternos del espada de turno y frente a las triquiñuelas del personal del tiro de mulillas que, para más inri, fue advertido antes del inicio del espectáculo.

Antes de finalizar este escrito, justo es reconocer y agradecer al célebre dúo de banderilleros retirados, conocidos con sorna entre la gente del toro como ‘la cuadrilla del arte’, su interés y sobre todo el tiempo dedicado e invertido en ocuparse y preocuparse sobre la terna del palco presidencial. Una vez más han dejado al descubierto su calibre humano representando las características generales por las que son reconocidos ellos y una parte de personajes que rodean el mundo del toro. Qué lástima que no inviertan ese preciado tiempo en otros asuntos de mayor trascendencia y les proporcione mejores resultados, pero los cristales en la barriga no les dejan digerir en condiciones ni les permiten que tengan un correcto funcionamiento del riego sanguíneo.

Fotos: Bárbara Pons