Matías Lara “Larita” y sus cuatro encerronas en Barcelona

En la época dominada por Joselito y Belmonte hubo actores secundarios, o incluso terciarios, que si bien no tuvieron gran impacto en el devenir de la tauromaquia, tanto sus trayectorias profesionales como sus historias personales generaron cierto interés.

Uno de estos personajes fue Matías Lara “Larita”, un malagueño obeso con un valor nunca visto que se tomaba la tauromaquia a bufa. Comentaban los revisteros de la época que Larita hermanó lo trágico con lo grotesco, mezcló el valor con la comicidad, se reía cuando un toro le rasgaba las carnes y curó sus traumas con sendas botellas de coñac. Su derroche de valor y su actitud burlesca frente a los astados provocaba que los públicos no le tomaran del todo en serio. Ni siquiera en Madrid cuando en 1921 logró cortar un rabo a un toro de Palha tras una faena valentísima.

La afición barcelonesa también le conocía bien, porque aunque no solía sumar un gran número de festejos por temporada, toreó en repetidas ocasiones en las tres plazas de la capital catalana. Hasta en 4 ocasiones Larita hizo el paseíllo en solitario en la ciudad condal. La primera de ellas fue su despedida de novillero dos semanas antes de tomar la alternativa en su Málaga natal.

El 15 de agosto de 1914, Larita se encerró en Las Arenas con una novillada de Palha, dura y de poder y propia para “hacer pasar el hipo a fenómenos” que provocó numerosas bajas en la cuadra. Según la crónica de La Lidia, Larita “hizo cosas muy buenas y sobre todo entró a herir siempre muy recto y con mucha verdad”. La de Palmas y Pitos terminaba apuntando que “Matías se retiró del redondel con más cardenales en el cuerpo que orejas había cortado, pues fueron varias las veces que los Palhas lo pasearon por la atmósfera”. Nos podemos hacer una idea de la entrega del novillero malagueño que esa tarde consiguió cortar 5 orejas a sus oponentes.

Larita estoqueando a un Palha. 15 de agosto de 1914

Cuatro años más tarde, el 11 de agosto de 1918, volvió a torear en solitario en Las Arenas. A pesar de que el corresponsal de La Lidia en Barcelona informó asombrado de la hombrada de Larita, Don Severo que conocía a Matías desde comenzó como novillero no le dio importancia al asunto. Dos de los seis “animalitos” de Bañuelos fueron devueltos a corrales y sustituidos por otros dos “bueyes” de García Lama. Solo el quinto fue fogueado, pero según él de no ser por las habilidades de picadores y monosabios “se tuestan todos”. Más allá de esto, el matador estuvo valiente y se le concedieron las dos orejas y el rabo del tercero de la tarde.

Larita en la tarde del 11 de agosto de 1918

El jacarandoso de Matías volvió a la carga el 25 de julio de 1920, esta vez en El Torín con toros de Villalón. Don Severo, en esta ocasión apuntó que las “reses estuvieron admirablemente presentadas y resultaron muy guasonas”, pero censuró a Larita, que en algunas ocasiones estuvo valiente y en otras procuró buscar las ventajas”, por haber tardado casi tres horas en pasaportar los seis astados. Aunque en esa época los toreros ya empezaban a alargar faenas para buscar el lucimiento artístico, los trasteos largos se podían entender como incapacidad para matar al toro.

Su última encerrona en Barcelona tuvo lugar el 18 de septiembre de 1927. Con un lleno rebosante en la Monumental se corrieron seis Palhas para la despedida de Larita (aunque luego no se fuese y se despidiera en repetidas ocasiones). Hizo el paseíllo montera en mano bajo una atronadora ovación de la afición que acudió a la cita en busca de emociones fuertes con los Palha y el “torero que se rió de la muerte”. Detrás suyo desfiló una cuadrilla de charros mexicanos que entusiasmaron al público con sus habilidades. Los toros no mostraron malas ideas y Larita los mató rápdiamente como se detalla a continuación: 1.° en dos minutos; 2.° en dos minutos 30 segundos; 3.° en dos minutos; 4.° en cuatro minutos (en este trabajó muy mucho, siete pases, 2 pinchazos, media y estocada y cinco descabellos); 5.º en tres minutos y 6.º en tres minutos. El cronista Civil remarcó que todavía tuvo tiempo de brindar en cuatro toros.

Larita se prodigó en estos tipos de festejos como único espada, en cualquier plaza y ante cualquier ganado. Aunque muchos revisteros se refirieran a él con términos despectivos como “canónigo cebado”, “ventripotente”, “gordirunio”, “torero trágico bufo” o “chirigotero” y posiblemente ni él mismo se respetara, sus gestas ante las fieras más temidas de la cabaña brava quedarán para siempre escritas en la historia de la tauromaquia. Historia que pudo haber cambiado por completo si Larita no se hubiese caído del cartel de la fatídica tarde de Talavera en la que falleció Joselito.

 

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