Señal de alarma

El toro, a lo largo de la larguísima historia del espectáculo taurino, ha sufrido diversas metamorfosis. La primera mutación en las características del astado comienza en la época de Guerrita.

Sigue con Joselito y Belmonte. Se afina posteriormente hasta llegar al tipo de toro actual, un toro noble al que se le disminuyen las fuerzas, la dosis de casta y la presencia ofensiva.

Las ganaderías comerciales se han abocado a la cría de un toro que ha perdido los valores intrínsecos de la raza ya que solo se persigue la condición más excelsa que es la nobleza y la colaboración. En este contexto, no hay espacio para la suerte de varas y, a la vista del último indulto valenciano, se está orientando al espectáculo a una especie de ballet en el que se elude matar al toro. Estamos asistiendo, pués, a una clara desnaturalización del festejo taurino. Se están suprimiendo o reduciendo las principales suertes y se incrementa el aspecto más verbenero y festivo del espectáculo.

La ortodoxia y seriedad de la Fiesta se vulnera y descafeína con un tipo de toro que no aguanta el tercio de varas y que solo posibilita una sospechosa «comodidad» para la figura de turno. Las primeras ferias del año han desatado las señales de alarma en el seno de los aficionados que desesperan ante un sistema triunfalista en el que se idolatran los trofeos, los indultos y las puertas grandes. Las figuras se han instalado permanentemente en esa «comodidad» del monoencaste, del toro facilón, poco agresivo y colaborador. En esa «comodidad» de las faenas automatizadas, previsibles, largas y sin emoción alguna. Todos los carteles son iguales; los mismos toros, las mismas figuras y el mismo público. Un público sin casi aficionados que ha convertido el ritual de la corrida de toros en un espectáculo festivo-circense en el que importa más el número de orejas o indultos que otra cosa. ¡Y esto es lo que hay!

Ante esta situación, o nos reconvertimos en aficionados al ballet y a la estética ante un toro reducido a la mínima expresión o nos conformamos con las contadas corridas en las que sale el toro y se masca la vibración y la autenticidad de la Fiesta, lejos del teatro de las figuras.

Foto: Javier Arroyo

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