100 años de la Monumental. Un siglo de pasión (II)

Avanzando por esos 100 años de la Monumental. Un siglo de Pasión, llegamos a la segunda parte del homenaje pronunciado en el IV Congreso Taurino de Catalunya 2016 de la UTYAC, momento de la aparición de Balañá Espinós y de Domingo Ortega, “el primer gran descubrimiento“.

Así continúa el personal repaso, que pasa ya de los cien años de historia, que contaron Paco Píriz y Gerard Mas:

 

La primera década de esta historia la vivió la Monumental en el afianzamiento de, al menos, primera plaza de la ciudad. Con el Torín cerrado desde 1923 y Las Arenas relegada a un segundo plano, suponen que los carteles de mayor atractivo se programen en la Monumental. Hasta la muerte de Gallito, este, junto a Belmonte, fueron, como era lo normal, toreros que atraían al público, acompañados en ocasiones del hermano mayor de los Gallo, Rafael, o de cualquier otra figura de la época.


Sin embargo, la situación taurina de Barcelona no pasaba por sus mejores momentos. Por entonces, la aparición de la figura de Pedro Balañá Espinós supone un importantísimo punto de inflexión. El patriarca de la saga era un tratante de ganado que se convirtió en importador de vacas de Holanda y Suiza, que las vendía a los vaqueros catalanes y montó pronto un establecimiento en la calle Portbou, con 35 cabezas. El negocio consistía en ofrecer al vaquero un ejemplar nuevo y joven por 700 pesetas y a su vez comprarle uno viejo por 200, que lo vendía luego al matadero. Además, era un hombre bien situado políticamente, pues fue concejal por el partido Unión Federal Nacionalista Republicana, una escisión de la Lliga que en abril de 1914 se coalicionó con el Partido Radical de Alejandro Lerroux llegando a ser el segundo más votado. Fue concejal desde 1914 a 1920.

 

La aparición de la figura de Pedro Balañá Espinós supone un importantísimo punto de inflexión. Puede que tampoco fuera descabellado pensar que fuera el creador del fenómeno fan. Es poco después de su llegada cuando la afición catalana busca un torero para hacerlo suyo, para seguirlo, para auparlo y para mantener una relación tan propia como personal.

El espíritu de gran comerciante del que acabaría siendo conocido como Don Pedro ya dejaba poco lugar a dudas. Un buscavidas, un emprendedor que se centraba en lo que él podía considerar que era negocio merecedor de su atención. Terminó por convertirse en abastecedor del Escorxador, situado junto a Las Arenas (lo que le acercó a la Fiesta), mediante la venta directa de la carne; entonces su negocio ya se había ampliado, pues, junto a las vacas suizas, ya portaba también reses del norte de España.

En 1927, tras algunos años siendo el responsable de la venta de carne de toro de lidia en el matadero antes mencionado, se convierte en empresario de no solamente la Monumental, sino también de las Arenas y el Torín. Las tres plazas estaban arrendadas por una empresa madrileña que explotaba Las Ventas. Si Balañá no aceptaba coger las riendas de las tres plazas de la ciudad, no había trato. Y lo hubo. El futuro Don Pedro se convertía en el único empresario taurino de Barcelona y comenzó a programar espectáculos en las dos plazas de la Gran Vía, pues El Torín no llegó a abrir sus puertas bajó su mandato, aunque estuvo pagando su alquiler hasta su derribo en 1946. Su primer espectáculo en la Monumental fue una una novillada, el 13 de febrero de 1927, día de carnaval, algo que hasta entonces no tenía precedentes en la ciudad. Empieza aquí la auténtica expansión taurina de una ciudad y una plaza.

El nuevo empresario taurino catalán capta pronto la peculiaridad de un público y comienza la simbiosis de Balañá, afición y torero. Puede que tampoco fuera descabellado pensar que fuera Balañá el creador del fenómeno fan. La realidad nos dice que es poco después de su llegada cuando la afición catalana busca un torero para hacerlo suyo, para seguirlo, para auparlo y para mantener una relación tan propia como personal. El público empieza a dejar clara la obsesión cierta de crear ídolos. Barcelona ha sido plaza de toreros. Entregada a ellos, a figuras y otros que no fueron tanto. Como decíamos, una especie de fenómeno fan hasta entonces poco visto. Predilecciones elegidas, toreros fetiches que paralizaban la ciudad en sus tardes de toros, fenómenos sociales de los que se hablaba sin tapujos, con orgullo, con discusiones entre partidarios de unos y de otros a la salida de la corrida o en Las Ramblas.

El que luego alcanzara el rango de maestro de Borox llegaba para presentarse en una Monumental que veía como el 2 de noviembre volvía a ver repetido su nombre en los carteles. Y el día 9 otra vez. Y el 16 otra vez. Y 4 meses después, veía como se convertía en matador de toros en la primera corrida de la temporada de 1931

Aquí no se ha entendido de otra cosa que de entrega. No hacía falta ser figura ni una consagración a nivel nacional. Ni torear ni así ni asá. No, no lo era ni lo fue nunca. Bastaba con entrar en el corazón de sus gentes. Aquí se hicieron toreros algunos que querían serlo. De Domingo López Ortega, Domingo Ortega, se podría hablar como del primer gran amor de una plaza. El que luego alcanzara el rango de maestro de Borox llegaba a Barcelona un 28 de octubre de 1930 para presentarse como novillero con picadores en una Monumental que veía como el 2 de noviembre volvía a ver repetido su nombre en los carteles. Y el día 9 otra vez. Y el 16 otra vez. Y 4 meses después, veía como se convertía en matador de toros en la primera corrida de la temporada de 1931. Así durante 68 tardes en las que hizo el paseíllo en una plaza que lo hizo suyo. Ortega y Barcelona. Posiblemente la primera historia pasional, el primer gran descubrimiento a la tauromaquia. Llegar como uno más y salir casi como el que más. Puede que de Barcelona al cielo.

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