Dos paseíllos en una misma corrida

Ocurrió en la vieja plaza de la Barceloneta. En el mes de septiembre de 1860 estuvo unos días en la Ciudad Condal la Reina Isabel II con cuyo motivo hubo iluminaciones con farolitos de colores, sonaron las músicas y hubo corrida de toros para el viernes día 28 de septiembre.

El cartel lo componían Antonio Sánchez “El Tato” y Ángel López “Regatero” dispuestos a lidiar cuatro toros de Vicente Martínez, dos de Paredes y dos de Félix Gómez, o sea un total de ocho reses. La plaza apareció engalanada con banderas y colgaduras y con un palco destinado para SS. MM. lujosamente adornado. A pesar de ser día laborable, el coso registró una gran entrada.

Habían transcurrido quince minutos desde la hora anunciada en los carteles cuando el señor teniente alcalde don Baltasar Fiol, que ocupaba la presidencia, dio orden de que comenzase el festejo. El Tato, que gozaba de grandes simpatías, fue acogido con una ruidosa ovación. En la lidia del tercer toro de la tarde El Tato estuvo más que lucido, eficaz con el capote, reduciendo en lo posible al huidizo toro y los picadores salieron a buscarle a los medios donde se creció en el castigo y hasta mató un caballo. Tomó en total doce varas, seis de Charpa, dos de Naranjero y cuatro de Pinto. Tras colocarle dos pares de banderillas, se presentó El Tato con la muleta pero -¡oh grata sorpresa!- al cuarto pase se arrancó la banda de música con la Marcha Real anunciando la llegada de la Reina Isabel II acompañada de los generales O´Donell y Prim, suspendiéndose la lidia.

Al presentarse S. M. en el palco con su Real familia, los espectadores se levantaron, agitando sombreros y pañuelos, con gritos de ¡Viva la Reina! ¡Viva el Príncipe de Asturias! Durante aquellos momentos que se interrumpió la lidia ¿qué diréis que se les ocurrió a las cuadrillas? Pues dirigirse a la puerta por donde antes habían aparecido, haciendo nuevamente el paseo estando el toro en el ruedo, para que Isabel II no se privase de ver algo tan bello como es el paseíllo, el cual terminó en esta ocasión haciendo los diestros una reverencia ante la soberana. El Tato volvió a brindar, arrodillándose delante de la presidencia de la que se había dignado encargarse su majestad la Reina. En definitiva, que aquella tarde las cuadrillas hicieron por dos veces el paseíllo. ¿Qué curioso verdad?

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