En su estancia en Arlés, Van Gogh asistió a alguna corrida y quedó fascinado por la muchedumbre y la gran multitud de colores, superpuesta en los pisos del graderío bajo el efecto del sol y la sombra.
Nadie podría haber escrito algo similar del festejo del sábado pasado por el aspecto desangelado de la plaza. La entrada fue muy floja y más teniendo en cuenta lo rematado que fue el cartel: dos artistas alejándose de sus ganaderías de confianza y un torero local que se doctoraba con toros de La Quinta.
Los aficionados pudieron constatar que Maxime Solera es un hombre de palabra. Cada vez es más difícil encontrarse a alguien capaz de cumplir con lo que predica o promete. En el ámbito que sea. En el submundo taurino, por mucho que repitamos que se defienden los valores tradicionales, es decir, los buenos, también es crítica la situación. Y es que resulta, que aquí hay más piratas que en alta mar.
Cuatro días antes de su alternativa, hablamos con Maxime Solera y con su seguridad habitual nos prometió varias cosas. Dijo que veríamos una evolución y la vimos; dijo que utilizaría sus armas para estar a la altura de toros y compañeros y lo estuvo y por último dijo que hay que poner en valor al toro, cosa que también hizo. Pero además, se vio un torero con personalidad y estilo propio que no dejó deslumbrarse por los destellos artísticos de las dos figuras. En el sexto apareció el Solera más rockero, ese que se saca el toro a los medios con el capote, que luce al toro en el caballo y que le da distancia en la muleta para que el astado elija cuerpo o tela. La faena fue rotunda y se le escaparon las dos orejas al fallar con la espada tras una faena alargada debido a la absurda petición de indulto. Y por levantarse el toro con la puntilla, como en su primero, todo sea dicho.
Aguado fue el máximo triunfador numérico, abusó del pico con elegancia y toreó sin mancharse ni despeinarse al más puro estilo James Bond. Estuvo acertado en no querer televisión. Morante, en cambio, se fue de vacío, pero escuchó los olés más rotundos que brotaron tras esas cuatro verónicas y media fugaces. Fueron solo diez segundos, pero fueron sublimes. Las orejas no van con él, puede que tengamos que darle la razón y más viendo el ejemplo de Van Gogh, que en Arlés creó varias de sus mejores obras y en toda su carrera solo cortó una oreja. La Quinta, se salvó gracias al quinto y sexto, dos toros de nota. Los demás pasaron por la muleta desganados sin ofrecer nada para emocionarse.
El toricantano, que 2 horas y media antes había cruzado el óvalo romano con un traje de estreno blanco y oro de Fermín, bajo el abrigo del capote de Nimeño, abandonó la plaza en volandas, manchado de sangre. Se había arrimado y había triunfado. Las puertas se le tienen que abrir al matador zurdo. Ahora que viene lo bueno se ve que Maxime está preparado para la gresca. La próxima batalla, Ceret y después a prepararse para Cenicientos.
Foto: Les Arènes d’Arles, 1888. Van Gogh