Tu parles

A raíz de la declaración hace unas semanas de la ciudad de Palma como antitaurina y a consecuencia de la celebración de la corrida de toros celebrada el pasado 6 de agosto en el Coliseo Balear, publicamos a continuación el escrito de Miguel Ángel Fernández, de Palma de Mallorca.

Nos da su punto de vista y nos sirve sus reflexiones ante los ataques recibidos por parte de antitaurinos en su asistencia a la mencionada corrida.

Los principios y la base de las personas son la educación de uno mismo, sin odio, sin rencor y respetando lo que la democracia dicta en su nacimiento: la libertad de expresión pero siempre y cuando ésta no sea una agresión, tanto física o verbal.

La ley, y repito en Mayúsculas: LA LEY, nuestra Ley, la que nos dice lo que no debemos hacer, castiga a los que ignoran la misma, en la que en ella protege el buen civismo de las personas, en la que permite legalmente acudir a un evento previo pago (en la entrada de la misma están mis impuestos) y en la que ilegalmente me agreden verbalmente por disfrutar de una tarde/noche digna de más allá de un espectáculo.

Uno comprueba, una vez más, que se suma el arte. Un arte entre el hombre y la bestia. O mejor dicho 500 kgs contra 70 kgs… Solos… Que hacen que el olé, el aplauso del tendido para los dos solos, el uno con el otro, emocionen a una grada unida siempre a la par y con un mismo objetivo, ganar los dos. El torero por valiente y elegante, el toro por bravo y entregado.

Muy poco tiene que ver con la agresividad de las peñas en un campo de fútbol o entre jugadores lo cual respeto, por que es legal, o a dos tipos pegándose puñetazos en la cara hasta sangrar o fulminarlo y caer en el suelo de un cuadrilátero, lo cual respeto por que es legal. O la fiesta de tomatazos de cerca de 1 millón de toneladas tiradas desde un camión (hay gente con hambre y que alucina con esta imagen) pero que respeto por que es legal.

No iría a una pelea de gallos, ilegal. A una pelea de perros, ilegal. A fumar porros en una plaza, ilegal. Pero tampoco voy a insultar ni agredir al que lo hace. Para eso está la Ley, ¡mi Ley! La que creo o creía que me protegería o la que, se supone, me tiene que proteger.

¿Dónde estás Ley? ¿Dónde estás cuando más te necesito? ¿O es que eres una apariencia y quedas mal delante de los que me insultan y me agreden verbalmente?

¡Dios no quiera un día que alguien se le desconecte el enchufe de las buenas maneras! Dios, mi Ley, entonces si tendrás que dar cuenta de ella, porque me abandonas cada vez que voy legalmente con mi entrada pagada -impuestos incluidos- y te olvidas de los que respetamos, no somos agresivos y cumplimos con lo que dictas.

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