No lo tienen nada fácil las empresas modestas que, como el pasado domingo, en Inca, deciden embarcarse en la tarea ardua y complicada de organizar un espectáculo taurino en Mallorca. Sin subvención, ni ayudas de ningún tipo, todo adquiere mayor importancia y el riesgo es, también, mayor. Eso sí, hay que destacar, siempre, la buena predisposición y carencia de trabas, tanto de la propiedad de la plaza, con Aina Fé al frente de la gestión, como del alcalde de la localidad, Virgilio Moreno, cada vez que Inca acoge una función taurina.
Abrió plaza el rejoneador albaceteño Juan Manuel Munera. El conjunto de su labor tuvo más voluntad que acierto. Los dos segundos rejones de castigo a cada uno de su lote, de escasa presencia, fueron excesivos. Luego ya, con las banderillas estuvo muy desacertado en la colocación de las zarpas. Muy desigual y fallando en reiteradas ocasiones. Con los rejones de muerte, tampoco estuvo bien. Mató a cada uno de su lote de sendos rejones traseros. Vuelta por su cuenta del que abría plaza y dos orejas generosísimas del cuarto.
El matador de toros aragonés Imanol Sánchez anduvo a la deriva con los rehiletes. Con el primero, chico y anovillado, no llegó a acoplarse ni a entenderlo. Por el pitón izquierdo, no quiso ni verlo. Un natural en el que el toro se le venció, haciéndole un extraño, fue suficiente para desentenderse de la zurda. Estocada trasera, dos descabellos y cayó una oreja tras una escasa petición.
Con el noble y terciado cuarto, inició la labor muleteril muy desconfiado y así anduvo durante toda la faena. Despegado y con demasiadas e innecesarias precauciones. Mató de una eficaz estocada y se le concedieron dos benévolas orejas.
Gabriel Pericás pechó con los astados de mayor presencia del encierro. Se metió al público en el bolsillo desde el primer momento en el que hizo acto de presencia con la larga cambiada con la que recibió a su primer oponente al que se le dio un largo castigo en varas. Ya con la muleta realizó una labor que, si bien fue desigual en el trasteo muleteril, suplió el escaso bagaje y la evidente falta de oficio con las ganas que derrochó y las ansias de querer agradar. Brindó este novillo a su madre Isabel y a su esposa Cristina. Tras estocada defectuosa, que precedió a una entera y dos descabellos, paseó dos cariñosas orejas.
Sin colocarse en suerte, se picó mal al que cerraba plaza. En este último, Pericás anduvo algo más reposado, aunque sin llegar a confiarse del todo. Le costó aguantar las embestidas del serio astado que quizás precisó de un segundo puyazo para que hubiese descolgado y atemperado. Mató de una entera y cortó una oreja. Justo es reconocer que, el resultado de su debut con picadores, fue más que decente y debe sentirse orgulloso de su labor.
Ayer, la presidencia, con Antoni Serra, al frente, fue excesivamente benevolente. Sobraron trofeos. El palco presidencial claudicó ante las artimañas del personal de plaza que retrasa la salida de las mulillas. Todas estas patrañas, propias de los cromañones, se acabarían si, de una vez por todas, se sancionasen estos lamentables y ridículos hechos.