El peso de ser José Tomás

La actuación de José Tomás dará para hablar lo que queda de invierno, como mínimo. Es parte de la lógica que desprende una actuación de un torero como este, más cuando cada vez resultan más esparcidas, más esporádicas. Ahí entra el paso del tiempo, que delata mucho más que su mechón de pelo blanco.

De esos controlados minutos que podemos ver de su actuación del 31 de enero en el embudo de Insurgentes y leyendo distintas crónicas, vuelve a quedar claro que con José Tomás no valen las medias. Aunque la corrida fuera mediana (o menos) de presentación, de mediano (o menos) juego, su nombre puede llevar a la locura a sus detractores (que los hay) o al extásis a sus partidarios (que los hay, también) y a los que simplemente se apartan de fobias y filias. Que el de Galapagar toreó muy bien al tercero con el hierro de Fernando de la Mora, del que hubiera cortado las orejas, parece claro. Tanto como que en el que abrió plaza se arrimó y consintió un par de feas volteretas ante un falta de casta alarmante del de Los Encinos, del que cortó una oreja protestada que ni siquiera paseó. Tampoco parece haber duda que se dejó vencer por un ambiente a la contra en el sobrero de Xajay, devuelto el titular, al parecer de presencia similar al de otras tardes de triunfo de otros tantos toreros y que desató una ira que solo se detuvo con el generoso premio a Adame, que sí paseó para salir por la puerta grande.




Así, a modo de frío resumen, parecerá poco. Y puede que lo sea. Pero lo que es frío, también, es quedarse simplemente en resultados, en pura y dura estadística. Que sí, que también sirve. Pero no es eso. Porque son, también, las 45.000 almas que vivieron una tarde inolvidable, antes y después de empezar, que devolvieron la vida, no sé cuantos años después, al embudo de Insurgentes y a esas almas. Que José Tomás sigue siendo el único torero que penetra en la vida cotidiana utilizando escrupulosamente lo taurino y devuelve la normalidad taurina en cualquier tipo de información. Y todo esto, tampoco es cuestión de olvidarlo y menospreciarlo por el simple hecho de no acabar la tarde con un triunfo. Entre otras cosas, porque no anda el toreo sobrado para lograrlo. Ni la vida sobrada de emociones.

La México, el pasado día 31 de enero.
La México, el pasado día 31 de enero.

José Tomás pecó como todos sus compañeros en su paso por la México, con una corrida de dos ganaderías que no destacó en nada. Ahí radicó la principal normalidad de una tarde que no alcanzó las cotas que, por lo que parece, solo puede alcanzar él. Se falló en lo principal. Falló el toro otra vez. El madrileño no se lo debería permitir. Aún siendo humano, no es como los demás. No se espera lo mismo que de los demás. Ya no hablo ni siquiera de presentación. Es el peso de los elegidos, de los toreros con todas las letras. Es el peso de llamarse José Tomás y de una forma de ser y hacer que muchos seguimos admirando. Y eso, fobias y filias aparte, no lo puede cambiar una sola tarde en la que, según las crónicas, se vieron los mejores muletazos en muchos años en la México. Aunque ese tendido alto de sol se dispusiera a coronar un nuevo rey de la tierra.

Las imágenes son las que son. No serán las mejores de José Tomás, ni siquiera tenían porque serlo. Solamente esperemos que no sean las últimas. No se lo merece el mejor de los toreros, el que tanto ha dado a esta Fiesta, el que ha entregado casi su vida a ella. Ni nosotros tampoco porque seguimos estando en deuda con él. Aunque el paso del tiempo también mande.

Fotos: TauroAgencia

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