La aparición de Manuel Rodríguez “Manolete” provoca la entrega sin fisuras de un público que se identificó de esta manera con el monstruo de Córdoba. Él, es el primer vértice de un triángulo que se iría completando con el paso del tiempo.
Esta es la III entrega de los 100 años de la Monumental. Un siglo de Pasión (Pincha aquí para ver la II Parte) descrito por Gerard Mas y Paco Píriz en el IV Congreso de UTYAC:
Poco después llegaba una terrible Guerra Civil de la que la Monumental no iba a ser ajena. Con anterioridad al escenario bélico, el coso ya acogió diferentes actos políticos, como el mitin de Esquerra Republicana de Catalunya el 7 de enero de 1934, el festejo del quinto aniversario de la proclamación de la República antes de un festejo o el acto de homenaje a los amnistiados por los sucesos de 1934 y de solidaridad con las víctimas del fascismo mundial.
Comenzada ya la guerra, la Monumental pronto se convertiría en un taller militarizado de reparación de coches. Se construyó una rampa con ladrillos y chasis de coche a modo de vigas que ascendía hasta la grada 5, que fue eliminada entera y, con el piso de madera, quedó plana. Allí almacenaban los vehículos. Y continuó siendo el escenario elegido por el bando republicano para realizar multitudinarios mítines presididos por el presidente de la Generalitat Lluís Companys (como ocurrió en el festival de la Asociación de Banderilleros y Picadores de Catalunya a favor de las milicias y los hospitales de sangre el 18 de agosto de 1936) o dos meses después el protagonizado conjuntamente por los sindicatos CNT, UGT y FAI, junto al partido del PSUC. Ni siquiera durante esos tres años de sangre y fuego, Barcelona consiguió desprenderse de su talante y continuó eligiendo su plaza de toros como punto neurálgico donde dar rienda suelta a la emoción.
Finalizados los tres meses más duros de nuestra historia más reciente, tan solo 6 meses después del último parte de guerra firmado por el Caudillo, se presentaba como matador de toros el primero de los tres integrantes de la más pasional entrega de la afición catalana. Manuel Rodríguez “Manolete”, uno de los Califas del toreo y un torero para olvidar una guerra
Finalizados los tres meses más duros de nuestra historia más reciente, tan solo 6 meses después del último parte de guerra firmado por el Caudillo, se presentaba como matador de toros el primero de los tres integrantes de la más pasional entrega de la afición catalana. Manuel Rodríguez “Manolete”, uno de los Califas del toreo y un torero para olvidar una guerra, como escribió Juan Soto Viñolo, comenzaba a escribir una de las páginas más gloriosas de su corta carrera. “Manolete”, el torero de la posguerra por excelencia. Su verdad, su quietud y, en definitiva, su sello de torería personal calaron rápido en la capital catalana. Manolete debutó en aquel octubre del 39 y fue capaz de atraer el público a la Monumental y llenar los tendidos a pesar de la situación tan delicada por culpa de la represión del régimen al bando perdedor.
Si Manolete era capaz de sortear la muerte en cada lance, si era capaz de salir indemne muletazo tras muletazo, si conseguía torear mirando al tendido por primera vez en esta plaza de toros… No había nada imposible
Manolete, con su mirada triste, se impuso a una economía maltrecha por culpa de la autarquía, el racionamiento, las restricciones energéticas y el estancamiento industrial, consiguiendo conquistar a aquella sociedad catalana baja de moral que le vería actuar en más de 70 tardes. A pesar de ser un ídolo tampoco lo tuvo fácil. El IV Califa tuvo que soportar muchas críticas del sector más exigente de la sociedad. Las crónicas de la época recogían un ambiente hostil y muy a la contra de Manolete al que acusaban de vestir el terno de luces para torear becerros adelantados. Balañá mostró una vez más su habilidad para los negocios al enfrentar a Manolete con el torero Carlos Arruza, dividiendo así la ciudad en partidarios del toreo clásico del mexicano o del toreo revolucionario que coqueteaba con la muerte. Barcelona elegía al torero de Córdoba quizás por el patetismo que representaba, por verse reflejada en una nueva forma de torear que llegaba en un momento crítico y que serviría como válvula de escape a la sociedad.
Aquella afición elegía a Manolete como el hombre que durante dos horas conseguía el abandono de una realidad que existía en cualquier calle, en cualquier casa, en cualquier nivel de la sociedad
Aquella afición elegía a Manolete como el hombre que durante dos horas conseguía el abandono de una realidad que existía en cualquier calle, en cualquier casa, en cualquier nivel de la sociedad. Suponía el encuentro con el hombre que representaba ese juego de vida y muerte, tan presente hasta hacía bien poco en la vida del ciudadano. Se demostraba así, la enorme capacidad de superación de un pueblo, que debió pensar que el caminar torero y sereno de aquel hombre servía de guía. Si Manolete era capaz de sortear la muerte en cada lance, si era capaz de salir indemne muletazo tras muletazo, si conseguía torear mirando al tendido por primera vez en esta plaza de toros… No había nada imposible.
Había que ser Manolete, todos querían ser como el Monstruo de Córdoba. Y así durante 72 tardes en la Monumental, la plaza donde más toreó, con todos los compañeros del momento y todas las ganaderías. Eso significó Manuel Rodríguez Sánchez particularmente en Barcelona. Una historia que acabó precipitadamente aquel verano en Linares.