El final de la década de los 40 quedaba marcada por la desaparición de Manolete. Pronto, la afición barcelonesa iba a encontrar un nuevo ídolo, que marcaría el camino, incluso, de nuevos horizontes en la sociedad: Antonio Borrero Morano “Chamaco“.
En este año en el que conmemoramos el centenario del coso de la calle de la Marina, llegamos a la IV Parte de 100 años de la Monumental. Un siglo de Pasión, pronunciada en el IV Congreso de la UTYAC por Paco Píriz y Gerard Mas (Para ver la III Parte, pincha aquí):
Había que ser Manolete, todos querían ser como el Monstruo de Córdoba. Y así durante 72 tardes en la Monumental, la plaza donde más toreó, con todos los compañeros del momento y todas las ganaderías. Eso significó Manuel Rodríguez Sánchez particularmente en Barcelona. Una historia que acabó precipitadamente aquel verano en Linares.
Con la muerte de Manolete, Barcelona se queda huérfana de torero, de ilusión y de pasión. Una pasión que no se recuperaría hasta la creación de otro mito por parte de Balañá: Antonio Borrero “Chamaco”, enfrentado también a una fuerte rivalidad con Joaquín Bernadó, posiblemente el mejor torero catalán de la historia. Según escribió Juan Segura Palomares, la presentación de novillero de Chamaco en Barcelona supuso el fenómeno social más importante de la capital, solo comparable con el impacto que causó Kubala, el otro ídolo de la ciudad de los años 50. La sociedad, como ocurrió con Manolete y Arruza, se volvió a dividir en partidismos aunque seguramente la mencionada rivalidad entre el catalán y el onubense consiguió cotas más altas y más teniendo en cuenta que se trataba de dos novilleros. Un dato sorprendente es que Chamaco estuvo cuatro temporadas en el escalafón inferior siendo el líder en los años 54, 55 y 56. Este hecho solo se puede entender desde un punto de vista empresarial y por lo tanto económico de las tres partes implicadas: Chamaco, Bernadó y Balañá.
63 novilladas en la Monumental. 163 actuaciones en la Monumental ¿Que tendría aquel joven de Huelva que encandilaba a una afición, a una ciudad entera? Chamaco fue un fenómeno de masas inexplicable, único. Barcelona no entendía de otra cosa que no fuera una tarde con Chamaco y dos más. Nunca una pizarra dio para tanto. Aquel muchacho arrebataba, se arrimaba hasta donde no lo había hecho nadie. Chamaco pudo ser el gran torero de Barcelona con una particularidad: solo lo fue de Barcelona, de su Monumental, de su afición. Barcelona cerraba comercios, se paralizaba cuando Chamaco toreaba una tarde seguida de otra, corrían de sus tendidos hacia las taquillas nada más ver aquella pizarra que lo anuncia. Mientras, el torero pasaba por la capilla de la Monumental para dejar cientos de ramos de flores ofrecidos por un público apasionado.
Chamaco fue un fenómeno de masas inexplicable, único. Barcelona no entendía de otra cosa que no fuera una tarde con Chamaco y dos más. Nunca una pizarra dio para tanto. Era el momento de ser como ese torero, de quitarse el miedo como lo hacía aquel hombre, de conocer en profundidad al ser humano que había detrás de aquel traje de luces
Si Manolete representó el reflejo de una sociedad que buscaba salir del ahogo, en Antonio Borrero se debe fijar la antesala de una apertura social y económica que estaba por llegar, aunque conscientemente no estuviera aun contemplada. Sus maneras heterodoxas, una manera tan personal de asumir un riesgo todavía desconocido, despertó las ansias de una sociedad sedienta de romper muros y tabúes, de no conformarse con lo estipulado y conocido. Y decidió que fuera Chamaco el referente taurino y social de aquella Barcelona de los 50. Era el momento de ser como ese torero, de quitarse el miedo como lo hacía aquel hombre, de conocer en profundidad al ser humano que había detrás de aquel traje de luces.
¿Hubiera alcanzado las mismas cotas sin una rivalidad con Joaquín Bernadó? Siempre quedará la duda. Lo cierto es que el torero catalán no se puede quedar en un simple nombre que acompañó a Chamaco. Porque Bernadó, cualquiera que puedan ser las circunstancias que queden por venir, ostenta el inigualable récord de 243 paseíllos en la Monumental. Qué barbaridad pensar que unicamente fue un torero que acompañó. El de Santa Coloma de Gramenet era, en aquellos años 50, el contrapunto perfecto a lo que ofrecía el de Huelva. Seny català. Tan catalán y tan torero. Tan fino y tan elegante. Tan capaz de entrar en el reducido club de los valientes que se anunciaron en un solo con seis toros de Miura y además triunfar ante ellos y ante su gente.
Bernadó ostenta el inigualable récord de 243 paseíllos en la Monumental. Contrapunto perfecto a lo que ofrecía el de Huelva. Seny català. Tan catalán y tan torero. Tan fino y tan elegante
Al catalán, al parecer y según las palabras y el sentir del propio diestro, no le perdonaron que se fuera a vivir a Madrid y reconoce que tuvo que soportar broncas monumentales, comparables a las dirigidas por la afición culé a Luis Figo cuando visitaba el Camp Nou con la camiseta blanca. Si Chamaco era el ídolo de la afición catalana, Bernadó lo era de los aficionados de fuera que vinieron a vivir a Barcelona.
Y volvió a anunciarse con otros seis para despedirse por primera vez un día de la Mercè de 1983. No hay historia, ni siquiera de pasión, perfecta. Tan solo un puñado de aficionados decidió acercarse esa tarde a la plaza para despedirle como merecía. Ya eran otros años que comenzaban a ser más difíciles. Pero eso se tratará más adelante.